El fútbol consiste en jugar. Chutar, regatear, marcar gol. Esto es lo que vemos, lo que los espectadores aplauden o pitan. Pero también es táctica. Normalmente un equipo de los grandes tiene un equipo técnico que iguala o supera el número total (titulares más reservas) de jugadores. Entre la táctica de la pizarra y la práctica del campo hay una dialéctica en que ambas se retroalimentan: la personalidad de los jugadores acota los planes del entrenador y los jugadores tienen que adaptarse a las exigencias de cada entrenador.
Simeone ha hecho famoso el lema de «partido a partido». Esta es su filosofía, para que digan que la Filosofía ha muerto. Y ha calado, porque se ha convertido en un mantra que utilizan jugadores y entrenadores para quitarse presión cuando les abordan los periodistas.
El psicoanálisis es teoría (el inconsciente, la pulsión, el estadio del espejo…) y práctica (la sesión) y entre ambas también hay un flujo que mantiene vivo el discurso.
Mantiene el psicoanálisis que cada caso tiene que abordarse desde una cierta «ignorancia», evitando el discurso universitario que parte de un saber completo, cerrado.
Ni el analista ni el analizante (me refiero a sus yoes imaginarios, a sus conscientes) «saben». Pero la transferencia que se establece permite que el Inconsciente «hable», produzca algún significante verdadero. Y cada analizante tiene una fórmula particular de fantasma, de posicionarse frente al Otro, a la angustia.
No hay recetas. Existen manuales tan exhaustivos como se quiera donde se desmenuzan hasta el infinito los conceptos, las variables, los elementos, las estructuras…
Pero al rodar el balón empieza un partido distinto por mucho que funcionen los automatismos. Otro partido. Siempre otro.
Dicen que un buen entrenador es aquel que es capaz de reaccionar a medida que evoluciona el partido, de decidir los mejores cambios.
Un buen entrenador sabe «leer» cada partido. Un analista sabe «leer» el sujeto del inconsciente, si aparece, en cada sesión.
Imagen: Vavel