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    Freud según Betty Friedan

    Betty Friedan (1921-2006) dedica todo el capítulo 5 de su libro La mística de la feminidad (1963) al psicoanálisis de Sigmund Freud para denunciar y rebatir las teorías sobre la mujer y la sexualidad que Freud había instituido y que los psicoanalistas norteamericanos de los años 60 todavía continuaban aplicando como dogma de fe.
    El título del capítulo resume bien su contenido: El solipsismo sexual de Freud

    Destaco algunas citas literales:

    Es preciso saber lo que Freud estaba describiendo en aquellas mujeres victorianas para comprender la falacia que supone aplicar literalmente su teoría de la feminidad a las mujeres de hoy en día […] Gran parte de ello se ha quedado obsoleto y ha sido contradicho por el conocimiento que forma parte del pensamiento de cualquier científico social hoy en día, pero que no se conocía en tiempos de Freud.

    Pero a la hora de describir e interpretar dichos problemas, fue prisionero de su propia cultura. La investigación moderna ha puesto de manifiesto que mucho de lo que Freud creía ser biológico, instintivo e inmutable es en realidad consecuencia de unas causas culturales específicas. Mucho de lo que Freud describía como característico de la naturaleza humana universal era sólo característico de determinados hombres y mujeres de la clase media europea a finales del siglo XIX.

    Ernest Jones, su biógrafo, dijo que «Freud hizo un intento desesperado por aferrarse a la seguridad de la anatomía cerebral». De hecho, tuvo la capacidad de ver y de describir los fenómenos psicológicos de una forma tan vívida que, aunque sus conceptos recibieron nombres que tomó prestados de la fisiología, la filosofía o la literatura —envidia del pene, ego, complejo de Edipo— daban la sensación de tener una realidad física concreta.

    Toda la superestructura de la teoría freudiana se basa en el estricto determinismo que caracterizó el pensamiento científico de la era victoriana. […] no sólo la cultura de la Europa victoriana, sino la cultura judía en la que los hombres repiten diariamente la plegaria: «Te doy las gracias, Señor, por no haberme hecho mujer», y las mujeres rezan sumisas: «Te doy las gracias, Señor, por haberme creado según tu voluntad.»

    El complejo de castración y la envidia del pene, dos de las ideas más elementales de todo su pensamiento, son conceptos postulados partiendo del supuesto de que las mujeres son biológicamente inferiores a los varones.

    Todas aquellas mujeres en las que advirtió problemas sexuales sin duda debían de tener graves problemas de bloqueo del crecimiento, un crecimiento carente de una identidad humana plena.

    Freud fue interpretado para las mujeres estadounidenses en unos términos curiosamente tan literales que el concepto de envidia del pene adquirió una vida mística propia, como si existiera independientemente de las mujeres en las que se había observado.

    Etcétera. Contundente y clara como suelen ser los/las ensayistas norteamericanos/as.
    Freud elevó a categoría psicológica universal lo que eran condiciones de vida de la mujer burguesa en la era victoriana. Y lo hizo a partir de prejuicios machistas de la época, que Friedan ejemplifica con abundantes textos del propio Freud en los que reivindica los tópicos de la mujer sumisa y dulce, buena esposa y mejor madre, que definieron su conducta personal durante su vida.