Lacan decía que si un posible paciente se presentaba con el propósito de conocerse mejor, no lo atendía.
Claro, esto era posible porque 1) le sobraban pacientes (es difícil hacerse una idea del éxito y prestigio de su consulta) y 2) porque en su época no existía la autoayuda ni el boom de terapias que nos empujan a saber más sobre nosotros mismos: una forma sutil de mimar nuestro ego.
Se iría, entonces, al analista porque la persona arrastra un «penar de más». No la pena que compartimos todos por el mero hecho de vivir: perder un ser querido, quedar sin trabajo, enfadarse con el vecino, agobiarse con las deudas. Este «penar de más» que justificaría entrar en una terapia analítica puede ser vivido por una persona que tiene una vida estable, se siente realizado y razonablemente feliz.
No tiene pues que ver con un hecho particular (por mucho que pueda funcionar como desencadenante) sino con algo. Algo que se nos escapa pero se interfiere.
Que se repite, instalado en la vida íntima del sujeto desorientado.
Suele distinguirse entre dolor y sufrimiento, aunque otros los equiparen y hasta definan en sentido contrario a este:
DOLOR: concreto, puntual, objetivable como es el físico cuando te golpeas.
SUFRIMIENTO: subjetivo, suele prolongarse en le tiempo.
- La medicina occidental, tan pragmática y funcional, está orientada al dolor físico (cirugía, antibióticos) y trata al sufrimiento psíquico como si fuese un dolor. Pastillas contra la depresión. Suprimir, atacar, el síntoma.
- La cultura oriental, sobre todo el budismo, contempla el sufrimiento como un efecto del apego. ¿Solución?: el desapego. No aferrarse a personas o cosas como si el sentido de nuestra vida dependiese de ellas.
Para el psicoanálisis, este sufrimiento subjetivo o "penar de más" se debe a una determinada posición del sujeto, derivada de una deficiente tramitación de su conflicto, y es reversible a lo largo del trabajo que se desarrolla en las sesiones.