sufrimiento

Lacan decía que si un posible paciente se presentaba con el propósito de conocerse mejor, no lo atendía.
Claro, esto era posible porque 1) le sobraban pacientes (es difícil hacerse una idea del éxito y prestigio de su consulta) y 2) porque en su época no existía la autoayuda ni el boom de terapias que nos empujan a saber más sobre nosotros mismos: una forma sutil de mimar nuestro ego.

Se iría, entonces, al analista porque la persona arrastra un «penar de más». No la pena que compartimos todos por el mero hecho de vivir: perder un ser querido, quedar sin trabajo, enfadarse con el vecino, agobiarse con las deudas. Este «penar de más» que justificaría entrar en una terapia analítica puede ser vivido por una persona que tiene una vida estable, se siente realizado y razonablemente feliz.
No tiene pues que ver con un hecho particular (por mucho que pueda funcionar como desencadenante) sino con algo. Algo que se nos escapa pero se interfiere.
Que se repite, instalado en la vida íntima del sujeto desorientado.

Para el psicoanálisis, este sufrimiento subjetivo o "penar de más" se debe a una determinada posición del sujeto, derivada de una deficiente tramitación de su conflicto, y es reversible a lo largo del trabajo que se desarrolla en las sesiones.