subjetividad

  • Lo objetivo es contrastable, evidente, compartido: «ayer se puso a la venta el iPhone40 Pro». Tiene que ver con los datos. Es el registro de la ciencia o la tecnología. Hay un tiempo objetivo, el del reloj y el calendario. También un dolor objetivo.
  • Lo subjetivo es personal, discutible, depende del estado de ánimo, la ideología, los gustos y los prejuicios de cada uno: «este nuevo iPhone40 es decepcionante». Tiene que ver con ideas y sentimientos. Es el registro de las opiniones. Hay un tiempo subjetivo. Y un sufrimiento subjetivo.

En realidad, (casi) todo es subjetivo. La misma noticia es contada de distinta forma por distintos diarios. Una misma jugada es vista como penalty por los del Madrid mientras lo niegan los del Barça. Pero incluso para la Física moderna, a nivel cuántico, no hay hechos objetivos.

Cuando decimos o pensamos que tal cosa o persona es simpática o fea o complicada o grande… Todo esto es opinión.
Vivimos instalados en la subjetividad.


Pero no siempre ha sido así. Durante siglos las personas han sido más objetos que sujetos.
En la Antigüedad, las personas eran objeto del destino y de los dioses. Y si eran esclavos, ni siquiera eran dueños de su cuerpo.
En la Edad Media, los siervos no podían elegir dónde vivir ni en qué o para quién trabajar: su vida estaba fijada apenas nacían.
Ha sido habitual que los matrimonios se pactasen por las familias cuando los novios eran apenas unos niños y no llegaban a conocerse hasta la boda.
Los niños han sido mano de obra barata sin ningún tipo de derecho y todavía hoy las mujeres en algunas culturas están sometidas a los hombres.
O los homosexuales era, son, condenados a muerte.
Etcétera.

Todo esto ha quedado atrás en lo que llamamos Occidente.
La sociedad capitalista es individualista porque se basa en la iniciativa privada. Promueve el individualismo en la publicidad reforzando la ilusión de que somos dueños de nuestras vidas. La ciencia y la tecnología nos han liberado del dogmatismo de la religión y la fe ciega anteriores: somos (nos creemos) libres.


Ser sujeto implica que tengo derecho a decidir con el único límite de las leyes: puedo comprar, pensar, vestir, hablar, comer, amar, creer… de acuerdo a mis gustos.
Pero, como todo en la vida, ser sujeto también tiene una cara negativa: no existe un Otro que me sostenga como pasaba antes con la Iglesia, la familia.
Esto que podemos llamar vértigo de la libertad abre un agujero en nosotros. Nos hace frágiles: no hay seguridades. Y ahí aparece la Psicología, una ciencia que se creó a finales del siglo XIX. La subjetividad es una realidad contemporánea.

El Psicoanálisis se fundó muy poco después y también se orienta a la subjetividad. Con una diferencia importante: mientras la Psicología clínica ha ido multiplicando el repertorio diagnóstico (el DSM-IV contempla 350 trastornos mentales *), el Psicoanálisis continúa usando solo 3 estructuras clínicas (neurosis, psicosis, perversión) tratando a cada paciente como un caso particular.

El Psicoanálisis atiende el sufrimiento subjetivo y hay autores que explican su éxito en Occidente (nació en Austria, se expandió por Europa y América) por su afinidad con el individualismo. Por eso mismo no habría interesado en Oriente, tradicionalmente más orientado al grupo, a lo colectivo.

Una curiosidad: parece que algo está cambiando, quizás porque China, el gigante asiático, se está occidentalizando a ritmo frenético: la psicoanalista argentina Teresa Yuan ha publicado en 2021 el libro China, un nuevo comienzo para el psicoanálisis (ficha en Casa del Libro).