R.S.I.

Según Lacan, la experiencia psíquica humana se desarrolla en tres registros inseparables: Real, Simbólico, Imaginario. Están anudados con el objeto a como referencia.
El objeto a es el vacío fundacional que nos lanza a la búsqueda de cómo llenarlo mediante el mecanismo del deseo. A su alrededor, en el esquema lacaniano, se despliegan entrelazados lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario.


Podemos pensar en una primera fase del bebé cuando no es todavía consciente de su cuerpo hasta que empieza a intuirlo gracias a las palabras de su entorno («mira qué brazos tan largos», «está más gordita»…) que funcionan como espejo. Se reconoce como sujeto en lo que dicen los otros de él o ella. Lacan denomina a esta experiencia estadio del espejo: al mirarse en un espejo (las palabras de los otros o un espejo físico) descubre su imagen y se identifica con esta imagen. El registro Imaginario es el de los sentidos, lo que vemos, y es el que nos proporciona la ilusión de ser un Yo. Para Lacan, no soy Yo sino que me identifico con una imagen externa (la del espejo, la que retratan los otros)
El registro de lo Imaginario es el de la ilusión.
El registro de lo Simbólico es el del lenguaje. Las palabras, las leyes, la cultura, los argumentos.
La suma de lo Imaginario y lo Simbólico, para Lacan, conforman lo que llamamos realidad. La realidad sería lo que vemos y lo que decimos, lo que sentimos y definimos, lo que podemos nombrar y compartir.
Fuera queda lo Real, que nada tiene que ver con lo que llamamos realidad. El registro de lo Real es todo aquello que está ahí fuera (¿dónde?) sin poder ser imaginado ni simbolizado.

El análisis lacaniano busca llevar al registro de lo Simbólico aquello que nos engaña y atrapa en el registro Imaginario (ilusiones, fantasías…) o que nos angustia y paraliza proveniente del registro Real.