Freud (1856-1939)

Todo empezó con Freud. Mejor: todo empezó con la época. La fiebre científica de finales del XIX. La exploración de lo nuevo. La electricidad, el espiritismo o el mesmerismo, la hipnosis, el socialismo, el vegetarianismo, el esperanto. Una efervescencia que explotó con la revolución soviética y la guerra, que además desembocó en el crack del 29 y finalmente en el nazismo y la II Guerra Mundial.

Empezó con Freud, un médico neurólogo vienés de familia judía. Se consideraba ateo. No circuncidó a sus hijos varones, pero fue paradójicamente fiel a su ascendencia judía: se rodeó de un primer grupo de colaboradores todos ellos judíos aunque al final de su vida se atrevió a desarmar el mito de Moisés.
Creció y se formó en la Viena de finales del XIX. Algo así como la capital de Europa. En la vanguardia científica y artística, gracias a un potente auge económico que tiene que ver con la influencia comercial de una población judía mal que bien asimilada: el mismo Freud se quejó de haber sido discriminado en ocasiones por su condición étnica, y contaba la vergüenza que pasó cuando, de pequeño, asistió en la calle a la humillación de su padre por la misma razón.

16 retratos de Freud

Fue el primogénito de seis hermanos (cinco hermanas y un hermano, más otro que murió al año de nacer), aunque su padre ya tenía dos hijos de dos matrimonios anteriores. Su madre lo superprotegió como su favorito y la familia tuvo que volcarse en facilitar sus estudios (habitación propia, horarios adaptados…)
Más allá de su formación médica, Freud tenía ambición profesional e inquietud intelectual, tanto como para aprender castellano para leer el Quijote en su lengua original. Leía y escribía compulsivamente: escribió a su novia más de 1.000 cartas.

Creyó haber descubierto una nueva dimensión terapéutica con el uso de la cocaína, que abandonó pronto, y se entusiasmó compartiendo con el cirujano Wilhelm Fliess un modelo que combinaba numerología, bisexualidad y sintonía entre nariz y órganos sexuales. Otro fracaso.
Marchó a París con una beca de seis meses y allí se unió a los seguidores del carismático Charcot. Investigó la histeria y de regreso a Viena puso en práctica el método hipnótico.
Hipnotizaba a las histéricas o les presionaba la frente con su mano para conseguir una regresión hasta recuperar el trauma desencadenante de los síntomas: es el llamado método catártico, aprendido y compartido con su mentor Joseph Breuer.

La histeria, y en general las neurosis, dejaba de tener una causa orgánica (una lesión neurológica consecuencia de un golpe o de la herencia genética) para tener un origen psíquico.

Freud asoció este trauma originario a una experiencia sexual en la infancia. Algún tipo de experiencia (masturbación o abuso) que el/la niño/a no podía significar y quedaba reprimida hasta que era resignificada por una experiencia posterior en la adultez.
Más tarde, descubrió que estos traumas podían no ser reales: «mis histéricas me engañan».

No era necesario el trauma para crear los síntomas. Y apareció la hipótesis, el descubrimiento, del Inconsciente.
Empezó su autoanálisis, que instituyó el método analítico, y exploró los sueños o los lapsus, que junto a los síntomas pasaron a ser manifestaciones del Inconsciente.