el lenguaje

Un equipo de geógrafos y cartógrafos confeccionó un mapa a escala 1:500.000 (la habitual en un mapa estándar de España), pero les resultó insatisfactorio. Faltaban las representaciones de afluentes, montañas, aldeas. Hicieron otro a escala 1:100.000 pero también lo encontraron deficiente. Y así fueron creando mapa tras mapa, cada vez más preciso y detallado. Hasta que hicieron un mapa que era exactamente como territorio. Escala 1:1. Entonces descubrieron que no podían usarlo porque al desplegarlo cubría todo el territorio y no podían confirmar si reflejaba absolutamente todos los pormenores.

El lenguaje es el mapa y la realidad es el territorio.
Eso creemos. Según Lacan, no . No hay tal realidad. O: no hay otra realidad sino la que conocemos con el lenguaje. O: no hay, para los seres humanos, realidad más allá del lenguaje. Por eso a veces nos quedamos sin palabras, cuando sentimos que algo (¿qué?) es imposible de captar, de conocer. También por lo mismo nos alivia tanto poner palabras a algún sentimiento hasta entonces difuso e incómodo, casi secreto. Este es el poder terapéutico del lenguaje: (re)conquista parcelas de realidad.

El lenguaje crea lo que llamamos realidad. Y al mismo tiempo nos protege de ella. El lenguaje es como un dique frente al infinito caótico de lo que quizás es la realidad.

Somos atrapados, secuestrados, por el lenguaje. Este secuestro se produce desde antes de nacer y se consuma apenas nos reciben nuestros padres. Ellos nos mantienen secuestrados durante meses, durante un tiempo en que no somos conscientes. Nos enseñan todo y esta larga experiencia infantil nos ata («sujeto significa que está sujetado al lenguaje») al lenguaje, que siempre es de otros. Yo no elijo mis palabras, no escojo mis significantes. Me los proporcionan mi entorno, los otros. Y a ellos se los han inoculado otros otros, sus padres, sus abuelos. Y así sucesivamente.

El secuestro por el lenguaje genera el inconsciente. El lenguaje delimita la realidad al nombrarla, categorizarla, definirla. Y al dejar fuera de sus fronteras todo aquello que no incluye produce un ámbito incontrolado que es el Inconsciente. El Inconsciente es un efecto del lenguaje y por tanto ambos mantienen una familiaridad. El Inconsciente es el resultado de la misma operación que ha producido el lenguaje. Lenguaje consciente e Inconsciente son inseparables. Tenemos In consciente porque hablamos.
Para Lacan, el Inconsciente está estructurado como un lenguaje. Es un tipo de lenguaje.

Con el lenguaje consciente hacemos arte, información, amor, cultura, contratos, rezos, hipotecas. Pero también mentimos, manipulamos. La doble moral, la hipocresía, la censura que forma parte necesaria de la vida en sociedad es resultado del lenguaje consciente.
Los grandes sistemas de poder se aprovechan de esta posibilidad. Las iglesias y los gobiernos controlan el lenguaje, imponen significados, valoran o criminalizan conceptos, retuercen palabras. En su novela 1984, George Orwell imaginaba un sistema autoritario que a través de los medios cambiaba el vocabulario de la población difundiendo una Neolengua. Hoy este control de la población mediante el lenguaje lo ejerce la publicidad.
El Inconsciente, por su parte, no hace leyes ni filosofía pero tampoco sabe mentir.

El Inconsciente es el discurso del Otro. De los otros que nos han secuestrado, que nos han inoculado su lenguaje y por tanto sus propios Inconscientes.
El análisis lacaniano busca identificar los significantes que los otros han introducido en nuestro inconsciente y dificultan o incluso taponan el desarrollo de nuestro propio deseo.

El lenguaje no es creación de nadie ni nadie lo supervisa. Es nuestro medio de vida sin que haya posibilidad de reclamación en caso de disputa. No hay jueces que diriman un conflicto. El lenguaje es de todos y no es de nadie. No se sostiene en ninguna autoridad. No hay un Significante último que garantice la eficacia y bondad del sistema. No hay Otro del Otro quiere decir que no hay una entidad autorizada que proporcione seguridad: el Otro que es el lenguaje no se sostiene en un Otro último superior como es el caso de Dios en las religiones. El ser humano, en Lacan, es un ser faltante y asumir esta falta es el principal objetivo del análisis.