El Parnaso. En el centro del foto-montaje, por supuesto, Freud: Dios, el jefe. El fundador, el inventor. Todo el psicoanálisis empieza y acaba en Freud: eterno retorno. Freud como síntoma.
A su derecha, Lacan, Lou Andreas Salomé. La derecha del padre: el buen ladrón, la herencia. Los fieles, los hijos cercanos.
A su izquierda, los díscolos. Jung, el hijo que quiso matar al Padre de la horda primitiva. Y Melanie Klein, que se atrevió a enfrentarse a Anna Freud, metáfora de Sophie.
La geografía. El psicoanálisis empezó en el Imperio Austro-húngaro. La Viena de 1900. Europa Central. Hablaba en alemán.
De ahí se extendió, como un imperio intelectual, a Inglaterra.
Con o después del nazismo y la Guerra, a EEUU, donde se haría popular y pragmático. Y a su némesis: Francia, donde Lacan contrapuso lingüística, lógica, topografía.Hoy, si no fuese por Argentina, el psicoanálisis sería materia transversal de la Filosofía.
La escritura: del estilo generoso de Freud a las fórmulas de Lacan.
La teoría: del aparato psíquico y la pulsión de Freud (biologicista, positivista, organicista… pero cargando con la culpa del Edipo o del Padre mítico, cargando con el desánimo de la pulsión de muerte y el malestar en la cultura) al Otro de Lacan (ni siquiera con la garantía de que haya Otro del Otro ni la tranquilidad de haber acabado con los lacanianos liderados por Miller)
Lalangue: del alemán académico al parisino lacaniano, para acunarse finalmente, felizmente, en argentino.
El mercado: de una clientela burguesa o aristocrática de los tiempos vieneses a la progresía de París a los tiempos actuales de niños hiperactivos, adolescentes que se cortan o adultos de colon irritable.
Paradigmas: Freud escuchó a las histéricas pero hoy el psicoanálisis escucha con recelo al postfeminismo