Janet Leigh aparece en la escena inicial con un sostén blanco. Símbolo o indicio de inocencia. Es una trabajadora honesta y eficaz, que cumple con los horarios y las expectativas: el jefe le confía 40.000 dólares en metálico para llevar al banco. Pero aparece con sostén negro cuando, ya en su casa, se plantea huir con el dinero para empezar una nueva vida con su amante. Es una mala ciudadana, una persona a punto de cometer un delito, traicionando la confianza del jefe y transgrediendo la ley.
Los Beatles se inspiraron en la banda sonora de la película para su canción Eleanor Rigby. A Paul McCartney le impactó el efecto de las cuerdas en la partitura de Herrmann y se inspiró en este ambiente sonoro enérgico y nervioso para ambientar su canción, también acompañada de un cuarteto de cuerdas como en la música de la película, mezcla de austeridad punzante y aspereza rítmica.
Martin Scorsese se inspiró en la mítica escena de la ducha para filmar el combate de Toro salvaje en el que Robert de Niro cae desplomado. Reprodujo los mismos encuadres y tomas, en forma de explícito homenaje.
El asesinato en la ducha está compuesto de 78 tomas y 52 cortes y no fue rodado por el propio Hitchcock más que parcialmente. Eso sí, el director se encargo de su diseño y planificación con una minuciosidad milimétrica. En las fugaces apariciones del cuerpo desnudo, cuando Norman la recoge del suelo, la arrastra y la envuelve en la cortina, la actriz Janet Leigh fue sustituida por una modelo y chica Playboy llamada Marli Renfro que apenas tenía 21 años.
El documental 78/52 (2017) analiza justamente esta escena desde un punto de vista técnico y estilístico pero también en su contexto: esas 78 posiciones de cámara y 52 cortes de montaje supusieron el fin de la falsa seguridad experimentada en EEUU durante los años 50. El documental está dirigido por Alexandre O. Phillippe y cuenta con la colaboración, entre otros, de Guillermo del Toro, Peter Bogdanovich, Elijah Wood, Jamie Lee Curtis o Marli Renfro, la modelo que puso su cuerpo desnudo para sustituir a Janet Leigh al final de la escena.
La ambigüedad de Hitchcock que siempre juega al despiste. ¿No consiste en esto el suspense: administrar casi de forma perversa pistas falsas hasta un desenlace que produce el alivio de una sentencia de inocencia? La famosa declaración:
‘Psicosis‘ era un chiste, pero descubrí que algunos se la tomaban en serio. Mi intención era hacer que la gente gritara, chillara y todo eso… pero no más que en una montaña rusa.
se contradice con algunas transgresiones tan atrevidas como asesinar a la protagonista de la película a los 40 minutos. Por cierto, en consonancia con los 40 mil dólares que la empujan a su destino fatal.
Para la escena, Hitchcock usó sirope de chocolate (al fin y al cabo la película era en blanco y negro: ¿quién iba a distinguir entre chocolate y sangre?) Se usaron trozos de solomillo y melones para imitar el sonido de la carne humana al ser apuñalada
La Paramount se negó a producir la película. La consideraron desagradable, oscura y moralmente inquietante. El director se encontró sin financiación y tuvo que pelearla. La actriz Janet Leigh consintió rebajarse su caché habitual a una cuarta parte: de 100 mil a 25 mil dólares. Pero resultó un negocio redondo, uno de los grandes éxitos comerciales de Hitchcock. Costó unos 800.000 dólares y recaudó más de 30 millones. Hitchcock, que había renunciado a cobrar su habitual caché (250 mil dólares) para «conformarse» con el 60% de la taquilla, ingresó 15 millones. Con las ganancias, Hitchcock pasó a ser el tercer mayor accionista de la Universal.
Por supuesto, hay cameo del director. Aparece justo al principio, cuando Marion acude a su oficina tras el diálogo en la cama con su amante.
Y por supuesto, también su hija Patricia tiene un papel. Es la compañera de oficina de Marion. ¿Por qué Hitchcock siempre le endosaba papeles de chica modosita? ¿No daba más que para una gordita simpática? Al menos en esta ocasión no lleva gafitas.
Jamie Lee Curtis, la hija de Janet Leigh, recreó en 2015 la mítica escena de la ducha protagonizada por su madre, en una foto compartida en Twitter.
Entre otras muchas recreaciones de la escena: Marion Cotillard en la revista Vanity Fair:
Bernard Herrmann (1911-1975) compuso la música de Psicosis (1960). Su obra comprende más de 50 bandas sonoras cinematográficas y una veintena de temas televisivos. Para Hitchcock escribió las bandas sonoras de siete películas. Entre ellas, El hombre que sabía demasiado (1954), Falso culpable (1957), Vértigo (1958) o Marnie la ladrona (1964). Para Orson Welles, la de Ciudadano Kane (1941) o la de la versión radiofónica de La guerra de los mundos (1938). Para Françios Truffaut, las de Farenheit 451 (1966) y La dama vestía de negro (1968) Para Scorsese, Taxi Driver (1976), su último trabajo (murió repentinamente poco después) y por el que fue candidato a un Oscar. Casi 30 años después de su fallecimiento, Quentin Tarantino escogió música de Herrmann para su film Kill Bill (2003).
Herrmann en principio no aceptó el encargo de Hitchcock para Psicosis porque el presupuesto era muy bajo. Tras aceptarlo, surgieron nuevos desacuerdos: Hitchcock no quería ilustración musical para la escena de la ducha. Finalmente, el cineasta quedó encantado con la partitura. Tanto que le pagó más de lo acordado.
La banda sonora de Psicosis está considerada la cuarta mejor de todo el cine norteamericano, según el AFI (American Film Institut). Las 3 primeras son: Star Wars (Episodio IV) de John Williams, Lo que el viento se llevó de Max Steiner y Lawrence de Arabia de Maurice Jarre.
Hitchcock compró los derechos sobre la novela que había recién publicado (1959) Robert Bloch. Para asegurarse de que el final no fuese conocido, compró todos los ejemplares que se habían editado. Hitchcock también prohibió entrar en las salas de cine una vez comenzada la proyección. No permitió que en la promoción previa al estreno participara ninguno de los actores: todo un blindaje para controlar el efecto que quería producir. Entre la novela y el guion de la película escrito por Joseph Stefano hay importantes diferencias: Norman era un adulto bajito y Marion apenas tenía protagonismo. Más tarde Bloch publicó Psycho II (1982) y Psycho House (1990), ninguna de ellas relacionadas con las secuelas cinematográficas. Robert Bloch fue amigo y colaborador de H.P.Lovecraft. Escribió más de 20 novelas y 50 libros de cuentos de temática diversa: terror, ciencia ficción, fantástica, novela negra. Escribió también para cine y televisión. Como Herrmann, era judío.
«Tirar de la cadena»: la escena del retrete está considerada toda una pionera. Nunca hasta entonces el cine había mostrado este tipo de «escatología». Escandalizó en su día más que el sadismo de la escena de la ducha.
El motel está inspirado en el cuadro de Edward Hopper pintado en 1925 House by the Railroad. El motel se conserva y puede ser visitado en un tour por los estudios de la Universal:
El motel ha aparecido en muchas series y películas. No solo en las secuelas de Psicosis sino en otras ajenas al original, como Se ha escrito un crimen.
El minuto musical más famoso de la historia del cine: la escena del asesinato en la ducha. Apenas dura 1 minuto. Solo 60 compases. Y todo a cargo de un cuarteto de cuerdas. Nada de orquesta sinfónica como se estilaba durante décadas. 4 instrumentos, 1 minuto.
La música basa la fuerza de su impacto en la simplicidad de sus efectos, todos contundentes: notas muy agudas fuertes y breves al principio con sforzando, glissandos, pizzicatos, notas graves y largas después, también en sforzando y fortissimo.
No hay efectos ni mezclas. No hay electrónica, solo amplificación de los violines para subrayar lo áspero de sus notas, como rasguidos. La austeridad de la partitura fue decisión del compositor, Bernard Hermann, en consonancia con el formato en blanco y negro y el bajo presupuesto de la película. Paramount no quiso producir la película y tampoco Hitchcock quería música en la escena de la ducha: dos negativas que no impidieron el resultado genial que conocemos. Casi tres negativas, porque Herrmann en principio rechazó componer la banda sonora porque la oferta económica era insuficiente.
Esta versión permite seguir la ejecución en detalle:
Esta versión muestra la partitura completa en solo dos pantallazos.
Esta versión muestra en paralelo el desarrollo de la música (con análisis superpuesto) y la escena:
«Sin amor caemos enfermos.» «Jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos; Jamás somos tan desamparadamente infelices como cuando hemos perdido el objeto amado a su amor.»
Sigmund Freud
Aviso: spoilers Ni el poliamor, ni la pareja abierta. La pareja burguesa ilustrada: él profe, ella psico. Buena casa, hijos que ya han levantado el vuelo o casi, libros, jardín. Pero siempre puede abrirse una vía de escape. Una falta. Y ahí empieza la aventura de cómo taponarla. Una nueva aventura, sí, ahora que la otra (la pareja) ha encallado. Regresar al antiguo amor, construir un nuevo marco: hacia atrás, hacia adelante. Y, mientras, un cliente devastado con la réplica del accidente en bici. Y otro que tiene que ser rescatado por la hija.
La serie empieza como acaba, esta tentación de tantos realizadores para dar apariencia de solidez a la historia. Uno frente a otro. Pero han pasado cosas, de ahí el epílogo. Indispensable incluso en su fugaz ambigüedad. Con la resaca del fracaso se regresa al abrazo de la comodidad. De nada le sirve a Alan dejar el piso de Claire como una patena. El gemelo perdido estaba en la casa burguesa, en el hogar, al lado de la esposa madre de sus hijos.
¿Qué se ha atravesado en la fórmula de «todos felices si somos honestos y abiertos», el perfecto equilibrio entre el principio del placer adolescente y el principio de realidad cincuentón? Se ha travesado el amor, este invitado inesperado que rompe contratos.
Ellas saben lo que quieren. Joy, madura y con hijos, sexo. Claire, joven y sin hijos, además quiere amor. Ellos no lo saben, por eso Alan no para de decir «I’m sorry».
De psicoanálisis, poco. Joy podría ser asesora fiscal. O comercial inmobiliaria. En todo caso, el escenario sirve para que desfilen tres casos que ella no puede guiar. Otro fracaso. Y la psicoanalista. El quinto episodio es, casi por completo, una sesión de análisis. Lástima que se enrede los primeros quince minutos, porque nos entrega algunas claves. El sexo se activa como remedio contra la muerte. De la madre, del paciente, del padre de Lawrence. De ella misma, psíquicamente, que siente que ha entrado en el bucle que a veces es la edad adulta.
O sea que Wanderlust no tuvo segunda temporada. Demasiado lenta, demasiado sutil. Demasiados silencios. Preciosa la fotografía. Buenos personajes y actores secundarios. Toni Collette, super star. Realización elegante. Eso: condenada por un mensaje ambiguo y una puesta en escena sin groserías.
CURIOSIDADES . La novela que recupera Joy con la dedicatoria de Alan cuando novios es Una pena en observación de C.S. Lewis, dedicada a la muerte de su esposa, que se llamaba… Joy. . No, el orgasmo de Toni Collette no es el primero en la historia de la BBC
FICHA Wanderlust (2018). Miniserie británica, 6 episodios de 60 ‘. BBC/Netflix. Guión y dirección: Nick Payne (guionista en La última carta de amor y en la temporada 2 de The Crown)
Alicia de Battenberg (1885-1969). Princesa consorte de Dinamarca y Grecia. Biznieta de la legendaria reina Victoria de Inglaterra. Exiliada y nómada, entregada a labores humanitarias. Madre de Felipe de Edinburgo y de varias hijas casadas con altos cargos nazis. Sorda de nacimiento, internada en sanatorios diagnosticada como esquizofrénica. Fundadora de una orden religiosa y colaboradora de la Cruz Roja. Decía tener poderes curativos y contactos con el más allá. Etcétera: la Europa del siglo XX apretada en un personaje zarandeado por las locuras de la época. El personaje aparece en la tercera temporada de The Crown.
Los directores de los dos sanatorios donde fue sucesivamente internada en 1930-31 (Tegel, en Berlín; Kreuzlingen, en Suiza) eran admiradores de Freud: el psicólogo Ernst Simmel y el doctor Ludwig Binswanger. Y le trasladaron la consulta: cómo tratar a tan distinguida paciente. Por cierto, no era la única celebridad que alojaban: el gran Nijinsky era otro de sus clientes.
La recomendación de Freud: rayos X para acelerar la menopausia. Freud creía que sus visiones religiosas eran el producto de la represión sexual, y recomendó rayos X sobre sus ovarios para eliminar su deseo sexual, lo que provocó a la princesa Alicia una menopausia precoz. ¿Encarnizamiento terapéutico? Parece que el tratamiento le dejó secuelas de por vida aunque su determinación y fuerte personalidad la mantuvieron firme. Al cabo de poco, dejó el sanatorio suizo de Kreuzlingen y fue trasladada a Meran, un pueblo del norte de Italia.
Pura supervivencia. Tras la radiación y los internamientos, vivió fiel a su estilo casi cuarenta años más.
Neurosis tiene que ver con neurona. O sea, enfermedad de las neuronas, del sistema nervioso.
Definida vagamente hace siglos ( parece que por el médico William Cullen en 1769), hoy no es reconocida oficialmente por la psiquiatría, aunque se sigue usando en el lenguaje coloquial como sinónimo de ansiedad, depresión, inadaptabilidad, desquiciamiento, obsesión o nerviosismo. También, en tiempos de Charcot y el primer Freud, la histeria era un cajón de sastre donde cabían todo tipo de alteraciones psicofísicas. La diferencia: la histeria se asociaba a una lesión orgánica (por herencia genética, sustancias tóxicas o daño cerebral, entre otras posibles causas), mientras que la neurosis era más bien un trastorno mental relacionado con el pensamiento o la conducta, que no afectaba al cuerpo. Freud investigó la histeria hasta intuir que no era simplemente un desarreglo somático sino que tenía un origen psíquico. La histeria sería pues un tipo de neurosis, entonces llamadas neuropsicosis. Más exactamente: neuropsicosis de defensa. Desde Freud, la histeria es un tipo de neurosis.
Freud distingue entre las neurosis de defensa y las neurosis actuales. Ambas tienen una etiología sexual y generan angustia pero se diferencian en su origen histórico y en su proceso: las de defensa son efecto de una represión en la infancia, las actuales son la simple manifestación de un desarreglo en la vida sexual adulta. El psicoanálisis se ha quedado con la neurosis de defensa, dejando fuera las que llamaba neurosis actuales, que han sido sustituidas desde hace un tiempo en la psicología clínica por trastornos de ansiedad o ataques de pánico. En resumen, según Freud:
Psiconeurosis de defensa (histeria, obsesión, fobia; también la psicosis) que tienen un origen infantil, efecto de una represión y son por tanto interpretables. Estos tres tipos de neurosis (con la salvedad de la fobia, que puede caer del lado de la perversión) son el ámbito clásico del psicoanálisis. Si la vivencia sexual infantil originaria fue pasiva se generará una histeria; si fue activa, se generará una obsesión, fobia o psicosis. La histeria desplaza el afecto al cuerpo; la obsesión lo desplaza a un pensamiento; la fobia lo desplaza a otra representación; la psicosis desplaza el afecto y la representación.
Neurosis actuales (neurosis de angustia, neurastenia, hipocondría), que quedan fuera del ámbito del psicoanálisis por cuanto no son efecto de una represión sino de una conducta «actual» y por tanto no son analizables. Por «actual» se entiende literalmente lo que vive ahora el enfermo, básicamente una vida sexual pobre sin suficiente descarga. Estas neurosis que Freud denomina actuales estarían cerca de los trastornos que hoy estudia la medicina psicosomática.
Más adelante, Freud distingue entre neurosis narcisistas y neurosis de transferencia. Las neurosis narcisistas invisten libidinalmente al propio sujeto, mientras que las neurosis de transferencia invisten al objeto.
Neurosis narcisistas
Neurosis objetales o de transferencia (histeria, obsesión y fobia, más la neurosis artificial que se da en la cura analítica)
Habría por tanto tres (o cuatro) tipos de neurosis: las narcisistas, las objetales o de transferencia (histeria, obsesión, fobia, más la artificial que se da durante el análisis), y las actuales.
Freud también relacionó los tipos de neurosis con la segunda tópica: las neurosis de transferencia se caracterizan porque presentan el conflicto entre el yo y el ello, y en las neurosis narcisistas como la melancolía el conflicto es entre el yo y el superyó.
Freud era todo un pater familias. Severo y responsable. Un hombre austero, entregado al trabajo y que sufrió con entereza el sufrimiento cotidiano del cáncer y las férulas en la mandíbula durante años. Se iba al despacho pronto, regresaba para la comida durante la cual apenas hablaba y en todo caso alzaba la vista para reprender a alguno de los hijos, salía a pasear, volvía al despacho y finalmente a casa, tarde, cuando los hijos ya habían cenado y casi estaban durmiendo. Un esposo sin líos de faldas, aunque reconocía que muchas de sus pacientes se enamoraban de él o que pasase mucho tiempo con su cuñada, con la que viajaba a menudo como si fuesen pareja. Un padre y esposo intachable. Ya se sabe: la moral victoriana del XIX y encima el conservadurismo de la cultura judía. Sí, era judío, que significaba exclusión. Freud se mantuvo al margen, casi indiferente al arte que en su ciudad, Viena, se cocinaba entonces: Schiele, Klimt, Kokoschka, Shoenberg, Mahler…
Lacan era otra cosa. Parisino y un poco libertino, con cierta debilidad para enamorarse de las mujeres de sus amigos. Sofisticado y bon vivant. Como Freud, era ateo. Pero se formó con la élite de la burguesía en colegios católicos. Frecuentó los ambientes vanguardistas y compartió la ebullición artística de los años 30: era médico personal de Picasso. Pero su lado más tradicional (era admirador de Maurras, militarista y antisemita) le llevó a sentar cabeza. Matrimonio como Dios manda. Tres hijos. La pequeña (el patito feo de la historia): Sibylle.
Sibylle nació casi a la par que Judith. Judith era la hija que tuvo Lacan con Sylvia Bataille y que ocultó a los tres hijos «legítimos» (sic) durante casi veinte años. No era el único hombre que adaptaba el marco institucional a sus caprichos. L’amour. El primer presidente socialista de la V República, François Mitterand, no solo sostuvo dos familias paralelas sino que los últimos años de su vida mantuvo una triple vida amorosa. Lacan y su primera esposa fueron fieles a la farsa. Los tres hijos veían al padre alguna vez por semana (trabajaba tanto…) y él les hacía regalos o los invitaba a comer fuera. Lo que se dice un padre moderno, cobarde, dividido entre la libertad que él respiraba y la formalidad que todavía imponían las apariencias. Mentía a sus hijos pero les daba su apellido. O: podía mentirles porque les daba su apellido. Este era uno de los (muchos) privilegios que tenía un padre. Que la sociedad, la cultura, la política, la ley, le reservaba. ¿Tal vez porque era el representante (la máscara, el semblante) del Poder?
En fin, he aquí algunos fragmentos del texto Un padre, de Sibylle Lacan:
Cuando nací, mi padre ya no estaba. Incluso podría decir que cuando fui concebida, él estaba en otra parte, no vivía verdaderamente con mi madre. Un encuentro en el campo entre marido y mujer, en el momento en que todo había terminado, es el origen de mi nacimiento. Fui el fruto de la desesperanza,algunos dirán del deseo, pero no lo creo. Cuando yo acababa de nacer (¿o mi madre todavía estaba encinta de mí?), mi padre le anunció alegremente a mi madre, con la crueldad de los niños felices, que iba a tener un hijo con otra. No sé cuál fue la actitud de mi madre ni qué palabras pronunció: ¿dejó ver su sufrimiento, le hizo reproches, montó en cólera, o bien se mostró fuerte y digna, guardándose para sí el desmoronamiento interior, la impresión de haber recibido el golpe de gracia, la muerte que invade el alma? Lo único que sé, porque mamá me lo contó, es que mi padre le dijo a guisa de conclusión: "Le devolveré ciento por uno". Mi madre, mujer recta y fiel, se encontraba sola con tres hijos pequeños en tiempos de guerra, en tiempos de ocupación, cuando se anunciaba un período de horror mundial cuyo fin era imposible de prever. Cuando nací, mamá casi no se ocupó de mi; no me había deseado y estaba en otra parte, en su abismo personal. ¿Puedo sentir resentimiento? Sin embargo,pienso que mi vida entera estuvo marcada por esa llegada al mundo en soledad afectiva.Un año después de mi nacimiento se produjo el divorcio, solicitado por mi madre. Una imagen de esa época que ha quedado fija en mi memoria, como una fotografía que hubiese tomado y conservado, es la silueta de mi padre en el marco de la puerta de entrada cuando nos vino a ver un jueves: inmenso,envuelto en un amplio sobretodo, ahí estaba, ya agobiado por no sé qué fatiga. Se había instaurado una costumbre: venía a almorzar a la calle Jadin una vez por semana. Él trataba de usted a mi madre y la llamaba "querida". Mamá, cuando hablaba de él, decía "Lacan". Para nuestro cumpleaños, papá nos hacía soberbios regalos (comprendí mucho más tarde que no era él quien los elegía). Veía a mi padre a solas cuando cenábamos juntos. Me llevaba a los grandes restaurantes y era la oportunidad para mí de saborear platos de lujo: ostras,cangrejo, postres suntuosos. A mis ojos, el colmo de la voluptuosidad era el merengue helado. Pero sobre todo, estaba con mi padre y me sentía bien. Era atento, cariñoso, "respetuoso". Al fin me sentía una persona íntegra. Nuestra conversación se interrumpía con silencios apacibles y a veces le tomaba la mano a través de la mesa. Nunca me hablaba de su vida privada y yo no le hacía ninguna pregunta sobre el tema, ni siquiera se me ocurría hacerlo. Él llegaba de la "nada" y yo no me sorprendía en modo alguno por eso. Lo esencial: él estaba allí. Y yo estaba "encantada, maravillada", como decía el poeta. […] Según mi recuerdo, fue mamá quien tuvo la idea de llamar a mi padre en mi ayuda. Se hizo una cita para tal día, a tal hora, en la calle Jadin. Yo esperaba mucho de esta entrevista. Si todos esos estúpidos médicos no habían podido curarme ¿quién mejor que mi padre (este eminente psicoanalista cuyo genio yo ya no ponía en duda) habría de entenderme, salvarme? La situación era de pesadilla, en efecto, tanto más cuando que mi entorno, sin comprender nada de mis males ni de mis quejas, me hacía sospechosa de complacencia, de pereza,y por qué no, de impostura. Me veo en el balcón a la hora acordada, acechando la llegada de mi padre. El tiempo transcurría y no llegaba. Mi impaciencia iba en aumento. ¿Cómo podía retrasarse tanto en semejantes circunstancias? La calle Jadin es lo suficientemente corta como para poder abarcarla con una mirada. A unos metros de la casa, había un hotel por horas, discreto y frecuentado por gentes "distinguidas". Desde mi puesto de observación, vi de repente a una mejer que salía con paso rápido del lugar. Algunos segundos más tarde, salió a su vez un hombre. Estupefacta, reconocí a mi padre. ¿Cómo había podido imponerme este suplicio para satisfacer primero su deseo? ¿Cómo había tenido la audacia de venir a follar a la calle Jadin a dos pasos del domicilio de sus hijos y de su ex-mujer? Volví a entrar en el departamento en el colmo de la indignación.
Los hombres: «la crueldad de los niños felices». Sibylle se suicidó a los 73 años.
El déjà vu es un tipo de paramnesia o alteración de la memoria. Un falso recuerdo. Una conexión neuronal fallida. Lo mismo que los sentidos nos pueden jugar malas pasadas o engañarnos (ilusiones ópticas: de los dibujos de Escher al arte callejero), también la memoria.
En realidad, toda la ciencia se basa en la desconfianza hacia los sentidos. Ahí arranca el principio cartesiano que hizo posible el pensamiento científico: «dudo de lo que las percepciones sensoriales (acústicas, visuales…me muestran); la única certeza es que pienso») El conocimiento ya no estará basado en Dios (teología) o en la experiencia (sentido común) sino en el pensamiento. Descartes: «pienso, luego existo». O sea: tampoco podemos estar seguros de lo que nos muestra la memoria, tal como demuestran los déjà vu.
Suele distinguirse eldéjà vu común (la mayoría de personas lo han vivido alguna vez) del déjà vu crónico (debido al estrés, agotamiento y estados de carencia o debilidad orgánicas; en casos más graves, a una esquizofrenia, epilepsia o consumo de drogas). Las hipótesis sobre este fenómeno apuntan al carácter relacional de la memoria. Asociamos detalles o fragmentos de estos recuerdos, de tal forma que una escena puede parecernos repetición de una anterior cuando en realidad solo tienen en común detalles concretos. Y es que cada recuerdo es una suma de elementos, que pueden recuperarse y asociarse de forma independiente.
DÉJÀ RACONTÉ
Los déjà raconté («ya contado») son un tipo de criptomnesia, una disfunción de la memoria acuñada por Theodore Flournoy y después Jung. Se trata de una forma de plagio inconsciente. Nos pasa cuando expresamos algo como original y propio cuando en realidad es ajeno y anterior: nos hemos olvidado de que ya lo habíamos visto o leído. La web Plagiarism Today es un recopilatorio actualizado de presuntos plagios, entre insólitos, patéticos y cómicos. Ronald Reagan o George Harrison protagonizaron algunos de los más sonados.
¿Y EL PSICOANÁLISIS?
Apenas se ha interesado por estas disfunciones de la memoria, aunque implican mecanismos inconscientes (sería más preciso decir preconscientes) de borrado u olvido que podrían compararse con el mecanismo fundacional de la represión. Sin embargo, Freud, mientras alumbraba la Primera Tópica y definía la Represión (digamos entre 1913 y 1915), publicó un caso de espejismo alucinatorio en el que el éxito de interpretación se basaba en el desciframiento de un déjà vu (o como él prefiere denominar déjà raconté)
En 1914 publicó el artículo Acerca del fausse reconnaissance («dejà raconté») en el curso del trabajo psicoanalítico, una de las pocas veces en que se refirió explícitamente a la experiencia tan común del déjà vu. En el artículo define esta experiencia como «la reanimación de un recuerdo inconsciente». Textualmente.
Acerca del fausse reconnaissance («dejà raconté») en el curso del trabajo psicoanalítico
No es raro que en el curso del trabajo analítico el paciente acompañe con esta acotación la comunicación de un hecho por él recordado: «Pero si ya se lo he contado», cuando uno mismo cree estar seguro de no haberle escuchado nunca ese relato. Y si uno le exterioriza al paciente esta contradicción, él a menudo asegurará con energía que lo sabe con total certidumbre, que está dispuesto a jurarlo, etc.; pero en esa misma medida se fortalece el convencimiento propio acerca de la novedad de lo escuchado. Sería de todo punto apsicológico querer decidir esa polémica acallándolo o sobrepujándolo con una aseveración solemne. Es bien sabido que un tal sentimiento de convicción acerca de la fidelidad de la memoria no tiene ningún valor objetivo; y puesto que uno de los dos necesariamente tiene que estar equivocado, puede ser tanto el médico como el analizado la víctima de la paramnesia {Paramnesie}. Uno se lo concede entonces al paciente, interrumpe la polémica y desplaza su tramitación para una posterior oportunidad.
En una minoría de casos, uno mismo se acuerda de haber escuchado ya la cuestionada comunicación y simultáneamente descubre el motivo subjetivo, harto rebuscado muchas veces, de su desechamiento temporario. Pero en la gran mayoría de los casos es el paciente quien se ha equivocado, y además es posible moverlo a que lo entienda. La explicación de este hecho frecuente parece ser que él en efecto tuvo ya el propósito de hacer esa comunicación, que en efecto una o varias veces hizo una exteriorización preparatoria, pero luego fue disuadido, por la resistencia, de ejecutar su propósito, y entonces confunde el recuerdo de la intención con el de la ejecución.
Ahora dejo de lado todos los casos en que el estado de la causa pudo quedar sujeto a alguna duda, y pongo de relieve otros que poseen un particular interés teórico. Pues bien: en ciertas personas sucede, y por cierto repetidas veces, que, a raíz de comunicaciones respecto de las cuales la situación toda vuelve por entero imposible que tengan razón, sustentan con particular empecinamiento la afirmación de haber contado ya esto o estotro. Lo que pretenden haber referido antes, y que ahora reconocen como algo antiguo que también el médico tendría que saber, son, además, recuerdos de supremo valor para el análisis, corroboraciones que uno esperó durante largo tiempo, soluciones que ponen término a un fragmento del trabajo y a las cuales el médico analizador con seguridad habría anudado elucidaciones profundas. En vista de tales circunstancias, el propio paciente admite enseguida que su recuerdo tiene que haberlo engañado, aunque no puede explicarse su nitidez.
El fenómeno que el analizado ofrece en estos casos merece ser designado «fausse reconnaissance» {« reconocimiento falso»}, y es por entero análogo a los otros casos en que uno tiene de manera espontánea esta sensación: «Ya una vez estuve en esta situación», «Ya he vivenciado esto» (lo «déíà vu» {«ya visto»}), sin que uno atine a certificar esa convicción por el redescubrimiento de aquella vez anterior en la memoria. Es sabido que este fenómeno ha suscitado una multitud de intentos explicatorios que, en general, se pueden reunir en dos grupos. En uno de ellos se da crédito a la sensación contenida en el fenómeno y se supone que realmente se ha recordado algo; la cuestión es saber qué. En un grupo muchísimo más numeroso entran aquellas explicaciones para las cuales, en cambio, estamos aquí frente a un espejismo del recuerdo; se les plantea entonces la tarea de pesquisar cómo se pudo llegar a esa operación fallida paramnésica. Por otra parte, estos intentos abarcan un vasto círculo de motivos, comenzando por la antigua concepción, atribuida a Pitágoras, de que el fenómeno de lo déjà vu contiene la prueba de una existencia individual anterior; siguiendo por la hipótesis de base anatómica (propuesta por Wigan en 1860 de que se debe a una recíproca divergencia temporal en la actividad de los dos hemisferios cerebrales, hasta llegar a las teorías puramente psicológicas de la mayoría de los autores recientes, quienes ven en lo déjà vu la exteriorización de una falla aperceptiva, cuyos responsables son la fatiga, el agotamiento, la dispersión.
Grasset ha dado en 1904 una explicación de lo déjà vu que es preciso incluir entre las que «dan crédito». A su juicio, el fenómeno indica que en algún momento anterior se hizo una percepción inconciente que sólo ahora, bajo el influjo de una impresión nueva y parecida, alcanza la conciencia. Muchos autores lo han seguido en esto, sosteniendo que la base del fenómeno es el recuerdo de algo soñado, olvidado. En ambos casos se trataría de la reanimación de una impresión inconciente.
En 1907, en la segunda edición de mi Psicopatología de la vida cotidiana sustenté una explicación enteramente semejante sobre la supuesta paramnesia, sin conocer ni citar el trabajo de Grasset. Acaso valga para mi disculpa el hecho de que yo obtuviera mi teoría como resultado de una indagación psicoanalítica que pude emprender en un caso muy nítido, pero que data ya de unos veintiocho años, de déjà vu en una paciente. No repetiré aquí ese pequeño análisis. Su conclusión fue que la situación en que sobrevino lo déjà vu era realmente apropiada para despertar el recuerdo de una vivencia anterior de la paciente analizada. En la familia en cuya casa estaba de visita ella, que era por entonces una niña de doce años, uno de los hermanos se hallaba gravemente enfermo y corría riesgo de muerte; y el propio hermano de la niña había estado pocos meses antes en igual peligro. Pero a este rasgo común se había anudado en el caso de la primera de esas vivencias una fantasía no susceptible de conciencia -el deseo de que el hermano muriera-, y por eso la analogía entre los dos casos no podía devenir consciente. La sensación de esta analogía se sustituyó por el fenómeno de haberlo vivenciado ya antes, al desplazarse a la localidad la identidad del rasgo común.
Como se sabe, la designación «déjà vu» incluye toda una serie de fenómenos análogos: un déjà entendu» {«ya escuchado»}, un déjà éprouvé {«ya vivenciado»}, un déjà senti {ya sentido}. El caso que, entre otros muchos, escojo para informar aquí contiene un déjà raconté {«ya contado»} que también se podría derivar de un designio inconsciente no ejecutado.
Un paciente refiere en el curso de sus asociaciones: «Cuando a la edad de cinco años jugaba en el jardín con un cuchillo y me corté el dedo meñique -¡oh! sólo creí que me lo había cortado- . . . Pero si ya se lo he referido a usted». Yo le aseguro que no recuerdo nada parecido. Y él asevera, cada vez más convencido, que es imposible que se engañe en eso. Por fin pongo término a la polémica de la manera que he indicado al comienzo, y le ruego que de todos modos me repita la historia. Luego ya veríamos.
«Tenía cinco años; jugaba en el jardín junto a mi niñera y tajaba con mi navaja la corteza de uno de aquellos nogales que también desempeñan un papel en mi sueño. De pronto noté con indecible terror que me había seccionado el dedo meñique de la mano (¿derecha o izquierda?), de tal suerte que sólo colgaba de la piel. No sentí ningún dolor, pero sí una gran angustia. No me atreví a decir nada al aya, distante unos pocos pasos; me desmoroné sobre el banco inmediato y permanecí ahí sentado, incapaz de arrojar otra mirada al dedo. Al fin me tranquilicé, miré el dedo, y entonces vi que estaba completamente intacto».
Poco después nos pusimos de acuerdo en que no pudo referirme antes esa visión o alucinación. Entendió muy bien que yo no podía haber dejado de valorizar semejante prueba de la existencia de la angustia de castración cuando él tenía cinco años. Así se quebraba su resistencia a aceptar el complejo de castración, pero me planteó esta pregunta: «¿Por qué estuve tan seguro de haber contado ya ese recuerdo?».
Entonces a ambos se nos ocurrió que él repetidas veces, con diversas ocasiones, pero siempre sin fruto, había expuesto el siguiente, pequeño recuerdo:
«Cierta vez que mi tío salía de viaje nos preguntó a mi hermana y a mí qué queríamos que nos trajese. Mi hermana le pidió un libro; yo, una navaja». Así, ambos entendimos esa ocurrencia que había aflorado meses antes como un recuerdo encubridor del recuerdo reprimido y como un amago del relato sobre la supuesta pérdida del dedo meñique (inequívoco equivalente del pene), relato interceptado por la resistencia. El cuchillo, que su tío por lo demás le trajo, era, según su recuerdo seguro, el mismo que aparecía en aquella comunicación por largo tiempo sofocada.
Creo superfluo agregar nada más a la interpretación de esta pequeña experiencia, en la medida en que ella arroja luz sobre el fenómeno de fausse reconnaissance. Respecto del contenido de la visión del paciente, señalaré que tales espejismos alucinatorios no son raros justamente dentro de la ensambladura del complejo de castración, y que de igual modo pueden servir para rectificar percepciones indeseadas.
En 1911, una persona de formación académica de una ciudad universitaria alemana, persona a quien no conozco y de la cual ignoro también su edad, me hizo la siguiente comunicación acerca de su infancia, autorizándome a disponer libremente de ella:
«A raíz de la lectura de su estudio sobre Leonardo, lo que usted expone entre las páginas 29 y 31 me movió a una contradicción interna. Su señalamiento de que el niño varón está gobernado por el interés hacia su propio genital despertó en mí un señalamiento contrario de esta clase: «Si esa es una ley universal, al menos yo soy una excepción». Y hete aquí que leí las líneas siguientes (páginas 31 hasta 32 arriba) con el mayor asombro, aquel asombro que se apodera de uno cuando toma conocimiento de un hecho enteramente novedoso. En medio de mi asombro me acudió un recuerdo que me enseñó -para mi propia sorpresa- que no me era licito considerar tan nuevo aquel hecho. En la época en que yo me encontraba inmerso en la investigación sexual infantil, por un feliz azar tuve oportunidad de contemplar el genital de una compañerita de mi misma edad y le noté con toda claridad un pene de igual clase que el mío propio. Pero poco después la visión de estatuas y desnudos femeninos me sumió en nueva confusión y, para salir de esta discrepancia «científica», lucubré el siguiente experimento: hice desaparecer mi genital entre los muslos, apretando estos, y comprobé con satisfacción que de ese modo quedaba eliminada toda diferencia con el desnudo femenino. Evidentemente, pensé entre mí, también en el caso del desnudo femenino los genitales se habían hecho desaparecer de igual manera.
Pero en este punto me acude otro recuerdo que desde siempre ha sido para mí de la mayor importancia, pues es uno de los tres de que consta mi recuerdo global sobre mi madre tempranamente fallecida. Mi madre está ante el lavabo y limpia los vasos y jofainas, mientras yo juego en la misma habitación y hago alguna travesura. Como castigo me dan de palmadas en la mano: entonces, para mi grandísimo horror, veo que mi dedo meñique se cae, y cae precisamente en la tinaja. Como sé que mi madre está enojada, no me atrevo a decirle nada, y más horrorizado todavía veo cómo poco después la muchacha de servicio se lleva la tinaja. Durante mucho tiempo estuve convencido de haber perdido un dedo; probablemente, hasta la época en que aprendí a contar.
A menudo he intentado interpretar este recuerdo que -como ya consigné- siempre tuvo para mí la mayor importancia por su relación con mi madre: ninguna de esas interpretaciones me dejó satisfecho. Sólo ahora -tras leer su obra- vislumbro una solución simple, satisfactoria, del enigma».
Otra variedad de fausse reconnaissance no raramente sobreviene, para satisfacción del terapeuta, en la conclusión de un tratamiento. Después que se consiguió, contra todas las resistencias, abrir paso al suceso reprimido, de naturaleza objetiva o psíquica, obteniendo su admisión, por así decir rehabilitándolo, el paciente dice: «Ahora tengo la sensación de que siempre lo supe». Con ello queda resuelta la tarea analítica.
Dicen que Lacan era tacaño. Y basta ver la casa de Freud donde se instaló en Londres para intuir que también se hizo rico. Digo también porque parece que ambos compartían sendos rasgos. Cobraban mucho y administraban el negocio. A Freud no le gustaba la música (allá queda el piano al que tuvo que renunciar la hermana para que él pudiese estudiar sin distraccions) y a Lacan tampoco le interesó. Un lastre histórico para las pretensiones del psicoanálisis, que ignora el lenguaje más importante después del verbal y el matemático
Freud y Mahler eran judíos y vieneses famosos. Paradoja: jamás se encontraron. Excepto en una ocasión, a iniciativa del compositor tras dos tentativas fallidas, en Leiden (Holanda) en 1910. Se entrevistaron solo durante unas horas, que han pasado a la mitología de la historia de la cultura en forma de acontecimiento. El encuentro mítico ha inspirado, por ejemplo, el documental fancés La Cinquième Symphonie de Mahler, d’un pas mesuré (2009), la película alemana Mahler auf der Couch (2010)
DOCUMENTAL La Cinquième Symphonie de Mahler, d’un pas mesuré. Pierre-Henry Salfati (Francia, 2009)
«D’un pas mesuré», telle est l’indication que donne Mahler au début du premier mouvement de sa cinquième symphonie qui s’ouvre par une marche funèbre monumentale. Cette composition évoque un lourd traumatisme d’enfance que Mahler confie à Freud. Au cours d’une unique rencontre, les deux hommes se sont promenés un jour d’août 1910. Une longue ballade… D’un pas mesuré. Promenade psychanalytique de quatre heures qui bouleversera sa vie d’homme et de compositeur.
CÓMO VER: ARTE Boutique (alquilar o comprar) MUBI (en este momento, no disponible)
Mahler auf der Couch. Felix O. Adlon, Percy Adlon, 2010
Mahler murió al año siguiente de la entrevista con Freud. Por lo visto, el músico no había pagado la sesión. Por prisas, despiste o la típica falsa indiferencia hacia el dinero de los artistas. ¿Y qué hizo Freud? No lo olvidó y escribió a la viuda reclamando el pago de la minuta. Se entiende que la sofisticada Alma, que siempre se relacionó con la aristocracia cultural de su época, se refiriese al psicoanalista como «el idiota de Freud».
Hay cientos, miles, de versiones. Desde las anteriores al mismo Perrault, que por cierto eran todavía más crueles (el lobo compartía con la niña la carne y la sangre de la abuelita recién devorada) a las más didácticas y las actuales woke (prohibición incluida), quizás la única posibilidad de no convertirse en reliquia pero que a su vez generan rechazo. Polémica servida.
La interpretación psicoanalítica no está tan dividida. Deriva en gran medida del estudio de Bettelheim, convertido en referencia. En todo caso, se le van añadiendo pequeños desarrollos. En ocasiones se mezcla o confunde (efecto de condensación) el inconsciente ambiguo con la metáfora casi pedagógica fácilmente traducible, seguramente porque el Inconsciente (un lenguaje) opera con metáforas.
Algunas posibles pistas, desplegadas de forma desordenada:
El rojo de la capucha es metonimia de la menstruación (asociación establecida por Erich Fromm).
El lobo es proyección de la sexualidad de Caperucita.
El lobo es el Ello.
Complejo edípico: Caperucita desea ser seducida por el Lobo, por el padre.
El cuento recoge manifestaciones del Ello (la voz, la mirada, el cuerpo… de la abuelita/lobo, explorados por la chica)
La segunda tópica: el Ello (lobo), el Super Yo (la mamá), el Yo (la chica)
La castración: el lobo abierto en canal tras matarlo.
Ambivalencia de la entrada en la etapa genital: Caperucita facilita al lobo que llegue a casa de la abuelita para deshacerse de una competidora.
Tránsito del apego a la madre (mamá, abuela, casa) hacia el reconocimiento de padre protector (leñador, cazador, bosque)
Superación de la infancia apegada (Hansel y Gretel, separados a la fuerza): Caperucita sale sola de casa con un encargo de la madre
BIBLIOGRAFÍA
Nina LYKKE: Rotkäppchen und Ödipus. Zu einer feministischen Psychoanalyse (Passagen Philosophie) 1993 [A partir del cuento, Lykee reformula la teoría freudiana para desarrollar un psicoanálisis feminista. No conozco traducción del original noruego a otro idioma que no sea el alemán. Nina Lykee (1965-) es una destacada novelista, ensayista y activista feminista: Su novela más famosa: Estado del malestar]
El cuento de la criada, Margaret Atwood: Recuerdos de lo (Extra)Ordinario [El cuento de la criada y Caperucita: «Los hermanos Grimm son otro de los referentes que Atwood cita a menudo; en este caso —y siguiendo con los códigos de colores— Caperucita Roja se antoja como una comparación fácil. ¿Acaso no le hemos dado al lobo ya toda la información? Nuestra cuenta bancaria, los nombres de nuestros amigos, los periódicos que leemos, la música que escuchamos, nuestros hábitos de consumo… En resumidas cuentas: dónde vive nuestra abuelita. Mientras, nosotros seguimos caminando, despreocupadamente, con las orejeras puestas, escuchando Spotify.»]
El síndrome de Caperucita Roja [conocía el síndrome de Peter Pan pero no este perfil: baja autoestima, ingenuidad, altruismo…]