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Oí hablar de este documental en el coloquio posterior a una de las últimas conferencias de APOLa. Lo citaba una psicoanalista, recién visto en la televisión según recuerdo. Le había conmocionado, al tiempo que le servía como referencia para darle otra vuelta a los límites o las condiciones de existencia del psicoanálisis.
Si el psicoanálisis necesita de un entramado donde estén vivos el sujeto de la ciencia, la economía liberal y la democracia liberal para que pueda emerger el Inconsciente, parece claro que las condiciones de vida del pueblo El Dorado retratado en El espanto (1h 7m) son del todo incompatibles.
El Dorado, pueblo de apenas 300 habitantes en la provincia de Buenos Aires, es retratado con amor y nostalgia por quienes vivieron allí su niñez, pero el documental nos devuelve una imagen más dura que idílica.
Campo, caballos, tormenta, superstición. Vida rural, solidaridad de tribu. No hay Ibuprofeno sino curanderas que no cobran y recurren a una cuerda, a un sapo, a una letanía secreta.
Se curan entre ellos, dicen, y solo admiten la intervención médica en el caso de cirugías.
Pero no curan el espanto.
El documental investiga una extraña enfermedad que allá denominan «el espanto», que solo se atreve a curar una especie de ermitaño ajeno a la vida social del pueblo. Un curandero que por supuesto no revela su método pero que muestra a las cámaras la habitación (triste, vieja, miserable) donde hace el milagro.
Por supuesto, no hay espanto posible para el psicoanálisis. Pero qué casualidad que esta enfermedad, marginada por los curanderos de una comunidad ella misma marginal, afecte solo a las mujeres.
¿No fue este el arranque de la historia de Freud?
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