«La ferocidad (es la palabra) destructora con la cual algunos se dedican a malversar esa enseñanza de Lacan que pretenden sostener haciéndola caer en una pastoral social, en una religión, en una medicina, es hoy tan patente que cuesta no plantearse la pregunta por una carencia radical de toda prolongación posible de esa enseñanza después de la muerte de Lacan.»
Jean Allouch: Lacan, qué me importa!



Lacan murió pero su iglesia lo mantiene vivo. Qué difícil es morir. Queda el resto (fotos, anécdotas de segunda o cuarta mano, objetos fetiche, rastros de mapas, palabras) como el deseo es el resto que ninguna demanda sacia.
Quedan los supervivientes (todos nosotros) y los que se postulan herederos (unos pocos, la élite que a lo mejor el propio dios Lacan había fundado o consentido) exhiben las ruinas que custodian.
Allouch se desentiende, ahora que Lacan hace décadas que murió, como se desentendió del personaje y hasta de la persona cuando vivía, para agradecerle todavía que lo hubiese acogido en consulta o que acogiese a los locos. La locura estudiada por Foucault. O la brecha queer que Allouch mantuvo abierta, lejos del notario Jacques-Alain Miller.